Nadie cuestiona la noción de que la moda debe seguir el camino de la sostenibilidad hoy en día pero este no era el caso hace unos años. ¿Cómo llegamos al punto de que la industria se haya convertido en la segunda más contaminante del mundo? La respuesta tiene que ver con la estrategia de producción dominante en el sector conocida como fast fashion, basada en la sobreproducción de prendas que se fabrican y venden a precios bajos.

De esta manera, el fast fashion deja a su paso altos costes ambientales y sociales. Debido al uso indiscriminado de recursos naturales y los altos niveles de contaminación que produce por las toneladas de desechos que se generan y se queman o acaban en vertederos, la ONU declaró este modelo en estado de emergencia ambiental en 2018. Una declaración que también tiene como objetivo promover la precarización de los trabajadores, en su mayoría provenientes de países subdesarrollados para bajar los costes. 

Cada compra que realizamos genera un impacto social y ambiental sobre nuestro planeta. Por este motivo, resulta fundamental concienciar al consumidor del origen de los productos que adquiere, al igual que su composición, para poder cambiar sus hábitos de compra. 

En respuesta al fast fashion, han aparecido en los últimos años marcas y diseñadores que eligen el modelo de slow fashion o moda lenta como base para crear sus colecciones. Haciendo uso de prácticas éticas y responsables con el medio ambiente y las comunidades que emplean. Hoy en día resulta clave para poder tomar conciencia de lo que consumimos, saber cuáles son las desventajas del fast fashion, por qué evitarlo y por qué elegir el slow fashion como alternativa responsable.

El slow fashion hace una propuesta consciente de consumo, pensar y crear moda, traduciéndose en nuevos modelos de diseño y modificaciones en los procesos para que sean más amigables con el medio ambiente y quienes trabajan en él. Un modelo que se basa en la ética, la responsabilidad social y ambiental, y la búsqueda de la calidad y durabilidad de los bienes de consumo, teniendo siempre presente que cada proceso lleva su tiempo y que es ahí donde se origina su valor.

Marcas como Sézane, nacida en París, apuesta por la producción sostenible, ayudando tanto a las personas como al medio ambiente. La empresa comenzó en línea como un método para eliminar a los intermediarios, priorizando la producción de cero desperdicios.

ABLE cree que para poner fin a la pobreza cíclica, debe crear oportunidades económicas para que las personas, especialmente las mujeres, se mantengan a sí mismas. Sus bolsos y los básicos de vestuario, como la mezclilla, están hechos en todo el mundo por mujeres justamente pagadas que han superado circunstancias extraordinarias.

El slow fashion fomenta la apreciación de cada pieza producida, lo que reduce la necesidad de un consumo sin sentido y resalta las propiedades y origen de cada material, y las manos de quienes lo fabrican. Para minimizar el uso de los recursos naturales y evitar la posible contaminación ambiental, cada producto u objeto se diseña de forma circular. Un modelo conscientemente conectado con su entorno y la comunidad cercana, a la vez que educa al consumidor a reconocer el esfuerzo que supone cada prenda.

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